
En la jardineria arabe además del olivo (Olea europaea), el almez (Celtis australis), la encina (Quercus ilex), el laurel (Laurus nobilis), así como el algarrobo (Ceratonia siliqua), eran plantas habituales en sus jardines junto con otras el fresno (Fraxinus angustifolia), el álamo blanco (Populus alba), el chopo (Populus nigra), junto con los almendros (Prunus dulcis), perales (Pyrus communis), manzanos (Malus communis) y el ciruelo (Prunus doméstica).
No faltaban los arbustos, entre los que destacamos el arrayán (Mirthus communis), las lavándulas en sus especies cantueso (Lavándula stoechas), espliego (Lavándula angustifolia), el romero (Rosmarinus officinalis), madroños (Arbutus unedo) y la popular adelfa (Nerium oleander), sin olvidar el autóctono taraje (Tamarix gallica). Sin embargo, utilizaban también los bojes (Buxus sempervirens), arbusto de regiones más húmedas y frías.
No podemos olvidar los rosales trepadores y las vides que utilizaban para cubrir muros y pérgolas, así como plantas aromáticas: la albahaca (Ocinum basilicum), la menta (Mentha spicata), y ornamentales como el lirio (Iris germánica), el acanto (Acanthus mollis), la violeta (Viola odorata) o la azucena (Lilium candidum), junto con alhelíes (Mathiola annua) y conejitos (Antirrhinum majus), sin olvidar los cidros (Citrus médica).
Como podemos observar, muchas de estas plantas son utilizadas hoy en día en la jardinería popular.
Con la invasión árabe, la jardinería tomó otros derroteros. Se orientó más hacia la huerta-jardín y al jardín como zona de recogimiento y meditación, el cultivo de plantas para los sentidos, deleite para la vista, perfumes para el olfato y fuentes y pájaros para el deleite del sentido del oído.
Siguen cultivando encinas, laureles, cipreses, jazmines, espliegos, albahacas, mirtos, e introducen nuevas variedades como el naranjo amargo (Citrus aurantium), el limonero (Citrus limonium), el azufaifo (Ziziphus jujuba), el granado (Punica granatum), el paraíso (Melia azedarach) y otras especies.

Los jardines en el Renacimiento utilizaban tradicionalmente especies mediterráneas junto con algunas especies asiáticas que habían llegado a través de la Ruta de la Seda. Los jardines eran reales, palaciegos y claustrales. En esta época surgieron los grandes descubrimientos a partir de los cuales fueron llegando nuevas plantas desconocidas hasta entonces. Nació entonces el deseo de cultivar especies raras que nos llegaron a través de las expediciones que partieron hacia América desde Andalucía.
En época de Felipe II, el médico sevillano Nicolás Monardes escribe un libro «Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias occidentales» basado en las noticias que le traían los navegantes que allí iban y venían, citando además a 25 especies medicinales, otras de cultivo agrícola. El libro fue traducido en muchos idiomas, conociéndose en Inglaterra como «Noticias jubilosas del Nuevo Mundo» («Joyful news from a New World»).
A Sevilla llegaron plantas y semillas de numerosas especies americanas a través del interés que se tomaron científicos sevillanos como el médico Nicolás Monardes (1.508-1.588), primero con plantas de interés agrícola como el maíz (Zea mais), el pimiento, el tabaco (Nicotiana tabacum), el girasol y la patata (Solanum tuberosum).
La introducción se realizaba por el interés de algunos navegantes y soldados, después fueron las órdenes religiosas, entre las que destacaron los jesuitas, franciscanos y agustinos.
Pero fue la Corona española la que financió muchas expediciones botánicas en la exploración de nuevos territorios, en la que se estudiaban las plantas para su posible introducción en España. Fue Carlos III el rey que organizó las más importantes expediciones científicas españolas a América, que siguieron en los reinados de Carlos IV y de Fernando VI.
Hernando Colón (1.488-1.539) cultivó en su jardín situado cerca de lo que hoy es la calle Goles, muchas especies, entre ellas el zapote o ombú (Phytolacca dióica). Otros científicos mantuvieron jardines en los que se cultivaban estas plantas.

Otro médico sevillano, Simón Tovar, tuvo en su jardín de plantas medicinales y otras exóticas en Sevilla, correspondiendo con varios eminentes botánicos extranjeros, a quienes enviaba plantas, entre ellas el nardo (Polianthes tuberosa), planta mexicana que dio a conocer por primera vez. Este médico sevillano fue el primero en Europa que tuvo catálogos anuales de sus plantas cultivadas.
En esta época existían una gran afición a los jardines botánicos, afición que decayó durante el reinado de Felipe II.
Ya a finales del siglo XVII, Jaime Salvador, en San Juan Despí a orillas del Llobregat, creó un jardín de plantas, en 1.755 en Madrid forma el primer Jardín Botánico verdadero en la Huerta de Migas Calientes, un jardín científico donde se inició la enseñanza de la botánica por Quer y Minuart.
Los jardines botánicos se extendieron para albergar las plantas exóticas de las colonias de ultramar, Cádiz, el Puerto de Santa María, Valencia, Cartagena, y principalmente el de la Orotava, donde se aclimataban estas plantas para trasladarlas después, con sumo optimismo a los parques y jardines reales de Aranjuez, la Granja, el Buen Retiro, donde iban pereciendo por la dureza del clima para acoger plantas americanas, aún las que eran cultivadas en las estufas.
Sin embargo, en Tenerife y Valencia prosperaron las plantas traídas de América y Asia.
En los albores del siglo XIX, el Príncipe de la Paz, Manuel Godoy, crea otro jardín botánico en Sanlúcar de Barrameda, éste de vida muy efímera, ya que se destruyó en 1.808 durante la guerra de la Independencia.
En la ciudad de Valencia desde 1.632 existía un jardín botánico en el huerto del Hospital de San Lázaro que finalmente fue trasladado frente el convento de San Sebastián, lugar que ocupa en la actualidad. El clima templado y soleado de Valencia sirvió para aclimatar muchas plantas que llegaban de las Indias para Carlos III. Aquí se pudieron admirar por primera vez la Firmiana simplex (Parasol de China), la Gleditschia triacanthos (acacia de tres púas o acacia negra), la Beaucarnea recurvata de México, la Dracaena indivisa atropurpúrea de Nueva Zelanda, entre otras muchas.

LAS EXPEDICIONES BOTANICAS AL NUEVO MUNDO
Fue en el siglo XVIII el de las grandes expediciones botánicas al Nuevo Mundo que no se habían vuelto a organizar desde Felipe II.
En el reinado de Carlos III fue la época en que más auge tuvieron las artes y las ciencias, el monarca era un gran aficionado a la botánica que había estudiado desde su niñez. En este periodo la flora de nuestra península fue clasificada por Linneo, el Rey fomentaba y favorecía estas aficiones y, a mediados del siglo XVIII partieron las grandes expediciones que habían de explorar América del Sur, se introdujeron cantidad de plantas nuevas debido a la variedad de climas que existían en las enormes posesiones de ultramar, por lo que formaron una de las colecciones de plantas más valiosas del mundo. «Ningún país europeo gastó mayores cantidades para propagar el conocimiento de las plantas». Alexander Humbolt «Essai politique sur le royaume de la nouvelle Espagne».
Las tres grandes expediciones subvencionadas por Carlos III y Carlos IV con el fin de enriquecer las colecciones de plantas formadas en el Jardín Botánico de Madrid, fueron las destinadas a los Reinos de Perú y Chile, la del nuevo Reino de Granada (Colombia) y la tercera que exploró el Reino de Nueva España (México).
Después poco a poco fuimos perdiendo nuestras colonias y una nueva generación de botánicos exploraron las Américas, el Oriente y Oceanía.
Una introducción particular fue la de la chumbera (Opuntia vars.), que comían los navegantes para combatir el escorbuto y cuyas semillas, el higo chumbo, venía pegado a los bultos de yute que transportaban. Muy difundida en toda Andalucía como cerramiento protector y vallado de fincas, antes de la aparición del alambre de espino.
Otro insigne personaje llegó a Sevilla en 1.816, Don Claudio Boutelou (1.774-1.842), como director de la Compañía de Aguas del Guadalquivir, procedente de los jardines de Aranjuez, donde era director, en la época de las actuaciones del Asistente Arjona, puso en el jardín de las Delicias, un vivero para aclimatar especies americanas muchas de las cuales ahora vemos plantadas en los jardines de la ciudad.
Sin embargo fue en la Exposición Universal de Sevilla, Expo 92, donde a través del Programa Raíces llegaron a Sevilla más de 500 especies americanas donadas por los países que asistieron a la muestra plantadas, principalmente en el conocido como Jardín Americano, suponiendo para nuestros jardines la operación más importante de su historia en lo que a introducción y aclimatación de plantas americanas se haya realizado.
El pomarosa (Syzingium cumini), el cedro de Cuba (Cedrela odorata), el algarrobo de Chile (Prosopis chilensis), la encina de Virginia (Quercus virginiana), el ahuehuete (Taxodium mucronatum), la Senna corymbosa, etc… Son introducidos como otros muchos son árboles que han venido a ampliar la paleta de especies americanas.

Con anterioridad, y promovido por la Empresa Municipal de Aguas de Sevilla (EMASESA), se creó el Arboretum El Carambolo, de 4 hectáreas, en los terrenos colindantes a la Estación Depuradora de Aguas Potables El Carambolo, donde se plantaron más de 480 especies pertenecientes a 113 familias botánicas que componen una variadísima flora de especies tropicales, subtropicales y mediterráneas, algunas ya cultivadas y otras sólo representadas en este recinto.
El recinto cumple sus funciones educativas, permitiendo actividades formativas desde niveles elementales hasta enseñanzas universitarias, proyectándose hacia la sociedad en un sentido más amplio al gran público, al aficionado, al profesional, al botánico y al jardinero, donde pueden contemplar numerosas plantas aclimatadas a la ciudad que no han sido utilizadas en la jardinería sevillana.
Plantas ornamentales, medicinales, industriales, autóctonas, aromáticas y culinarias, trepadoras y sarmentosas, cactáceas y suculentas, palmáceas, etc… pueden ser observadas y conocidas por los visitantes en este Arboretum.
En Europa la introducción de plantas siguió por otros derroteros. He aquí una pequeña historia.
Como creciente comercio entre una y otra civilización, los árboles frutales y medicinales eran frecuentemente intercambiados. La Ruta de la Seda, entre China y el Oriente próximo trajo frutos como el melocotonero, el albaricoque, el limón, la naranja… mientras en la otra dirección plantas como la Lawsonia inermis fueron introducidas de China a India y Persia.
Algunos árboles fueron tan excesivamente plantados que no es fácil indicar de dónde procedieron.

Donde el clima lo permitía se cultivaban olivos, pero se desconoce quienes fueron los primeros en cultivarlo.
Los griegos pretenden que la diosa Atenas diga que son suyos, pero son probablemente más antiguos que la civilización griega. En cualquier caso, cuando los griegos viajaban llevaban el olivo con ellos, eso que antes fue cultivado en Sicilia y el sur de Italia. Los romanos ayudaron a difundir las plantas griegas. Es conocido que Lucullus trajo el cerezo de Armenia. Aunque el cerezo crece silvestre en Italia, podemos asumir que era muy cultivado en Armenia y que Lucullus trajo árboles mayores y de frutos más dulces que el silvestre conocido. Un árbol que los romanos estaban orgullosos de él fue el castaño (Castanea sativa), lo trajeron al norte de Inglaterra y tan lejos como al Este de España.
Muchos de estos primeros trasvases fueron de árboles frutales. También existió un cierto número de movimientos de árboles por su madera, pero generalmente la gente utilizaba sus propios árboles para este fin; no fue hasta el siglo XVIII cuando los árboles maderables fueron plantados a gran escala, muchos de orígenes lejanos.
La idea de importar árboles por sus cualidades ornamentales es comparativamente nueva, empezó en insignificante escala en el siglo XVI. A excepción de la que los árabes habían realizado a España y Sicilia anteriormente. Aparte de árboles frutales comestibles como el algarrobo (Ceratonia siliqua), el acerolo (Crataegus azarolus), el pomelo (Citrus maxima), el naranjo (Citrus spec.), el azufaifo (Zizyphus jujuba) y el pistacho (Pistacia vera). Ellos también cultivaban árboles y arbustos de los cuales no esperaban ni valor comestible ni medicinal.
Eran los hibiscus, probablemente Hibiscus syriacus, la acacia, la adelfa (o quizás el rododendron), el paraíso (Melia azedarach), un espino majoleto no identificado, jazmines blancos y amarillos y uno púrpura posiblemente la Periploca spp., el árbol de Judas (Cercis siliquastrum), el alcornoque (Quercus suber) y el plátano (Platanus orientalis). Ninguno de estos árboles es nativo de España, sin embargo es posible que los romanos hayan introducido algunos de ellos o hayan sido naturalizados por los árabes en el período que estuvieron en España. Debemos recordar que Persia tuvo una gran tradición de jardines, por ello podía ser natural para los árabes establecerlos donde quiera que ellos colonizaban.

El Renacimiento supuso un gran resurgimiento del interés por las plantas coincidiendo con la colonización de Norte América. Los españoles, establecidos en el Centro y Sur de América, importaron un gran número de plantas ornamentales, como los guisantes, los pimientos, el tabaco, la patata, el maíz, etc… pero no parecían preocupados por los árboles, con la sola excepción de la falsa pimienta (Schinus molle). En cualquier caso estas plantas no han sido cultivadas en el Norte de Europa, donde el interés en cultivar nuevas plantas había aparecido. El clima de Norte América, por otro lado, era similar al del Norte de Europa y esta era la esperanza de que los árboles del Nuevo Mundo pudieran ser aclimatados al Viejo Mundo. Las primeras introducciones parece que fueron realizadas por los franceses, aunque no se conocen en la actualidad sus introductores.
El árbol de la vida (Thuya occidentalis), un árbol parecido a un ciprés con follaje aromático fue introducido en 1.534. Muchas de las introducciones parecen haber sido de plantas herbáceas y bulbos, hacia final de siglo los franceses introdujeron la falsa acacia (Robinia pseudoacacia).
En los siguientes 30 años muchos árboles de Norte América fueron cultivados por los Tradescants en su jardín de Lambeth, después su hijo visitó Virginia y trajo otras muchas plantas. A través de estas primeras importaciones llegó el cedro de Virginia (Juniperus virginiana), el ciprés calvo (Taxodium distichum), el acer rojo (Acer rubrum) y probablemente el acer común (Acer negundo), así como los nogales.

En el siglo XVII se continuó con la introducción de uno de los árboles ornamentales más impresionantes, el cedro del Líbano (Cedrus libani). Fue frecuentemente utilizado en el comercio en 1.670 pero no se conoce con exactitud quién fue el responsable de su introducción. Se encontraba en Turquía, desde donde viajó a través de los jardineros europeos y de los viveristas turcos, puede simplemente haber llegado a través de los canales comerciales establecidos. Parece extraño que los árabes con su amor a los árboles de sombra no hubieran traído el cedro del Atlas (Cedrus atlántica) desde Marruecos de donde es originario.
En los siglos XVII y XVIII muchos árboles extraños en Inglaterra eran de Norte América.
Un gran plantador de aquellos días fue el Obispo de Londres, Henry Crompton. En 1.685 intentó extender su surtido de plantas incorporando exóticas, nombrando un entusiasta botánico nacido en Inglaterra, John Banister, como misionero en Virginia, con instrucciones de mandar material de plantas en su tiempo sobrante. Esta misión, desgraciadamente le costó la vida cuando en 1.692 cayó de un acantilado mientras recolectaba plantas. Sin embargo, había previamente logrado hacer llegar expediciones a su obispo y a otros con los que se correspondía. Ante un número interesante de árboles, incluía la primera magnolia nunca vista en Europa, la Magnolia virginiana. También mandó el quejigo (Quercus coccinea), la acacia negra (Gleditsia triacanthus), la Ostrya virginiana– muchas de cuyas semillas se estropean con un invierno muy frío- el Liquidámbar styraciflua o estoraque con sus atractivos colores otoñales y un gran número de coníferas, pinos, etc…
El siguiente recolector naturalista inglés, Mark Catesby (1682-1749), realizó dos expediciones, la primera en 1.722 y la segunda tres años más tarde. Trajo la popular catalpa (Catalpa bignonioides) y también introdujo el macasar (Calicanthus floridus) y la primera glicinia (Wisteria frutescens) que se veía en Europa. Esta glicinia no es muy cultivada, ya que las especies asiáticas son mejores plantas para jardines, pero esta planta fue popular durante más de un siglo.
Banister fue un misionero y Catesby, el naturalista, fue financiado por un sindicato de científicos. El recolector que le siguió fue americano, el independiente John Bartram (1699-1777) padre de la botánica americana. Fue pagado por una suscripción anual, primero de diez guineas cuando él sólo tenía suscritos aficionados a árboles. Cuando el número de suscritos ascendió a 61, la suscripción se partió por la mitad. Por sus cinco guineas, los suscriptores recibían 105 paquetes de semillas de árboles y arbustos. En su lista, que sobrevive, mencionaba cuatro pinos (Tsuga canadiensis), dos magnolias, seis arces, tres bétulas, doce diferentes robles, dos nogales y Rhododendron maximum, el primer rododendron con hojas grandes persistentes que fue cultivado, precediendo al ahora omnipresente Rhododendron ponticum, en 30 años. Bartram también envió arbustos como las Kalmia y las azaleas. Estuvo enviando plantas a Inglaterra durante 30 años, durante este tiempo viajaba desde su casa de Filadelfia a tan lejos como Florida y el este de Appalachians. Pocas plantas escaparon de su sagaz búsqueda.

En 1.760 otro recolector, William Young, apareció en escena. Descubrió poco que fuera nuevo, pero sus plantas eran extremadamente bien empaquetadas y siempre llegaban en buenas condiciones. Estableció contactos con la firma francesa Vilmorin y las plantas americanas pronto fueron populares en Francia. Como resultado de ello los franceses enviaron a André Michaux (1746-1803) botánico del rey Luis XVI de Francia, que llegó a América en 1.785, aunque no empezó a recolectar hasta el año siguiente. Permaneció en América hasta 1.796, centrado en las Carolinas con dos ingleses, John Fraser y John Lyon. Ambos tenían conexión con el vivero comercial y estaban interesados principalmente por especies para el jardín. Introdujeron dos nuevas magnolias, un número importante de arbustos, especialmente azaleas y la atractiva Stewartia ovata. Lyon también introdujo la Halesia díptera que desgraciadamente es el último árbol en cultivo de campanillas blancas.
Muchos de estos recolectores se concentraron en los estados del sur, pero en 1.748, avisados por el gran Linneo, fue organizada una suscripción para enviar a uno de sus pupilos, el sueco Peter Kalm (1715-1779) a recolectar plantas a Norteamérica, especialmente Canadá. En seguida Kalm visitó a Bartram y pareció haber sido muy útil para Kalm, ya que este nunca perdió la oportunidad de alabarlo. Retornó a Suecia en 1.751 con una moderada colección, todo lo que tenía no había sido mandado por Bartram a Inglaterra. Sin embargo, muchas de las plantas eran desconocidas en Suecia. Nueva para Linneo fue la Kalmia, denominada así en honor a Peter Kalm.
Parecía que el este de Norteamérica también podrían existir árboles y plantas que podían ser útiles en plantaciones forestales o de jardinería, pero llegar allí no fue fácilmente accesible.
Es verdad que los rusos habían establecido comercio con Alaska y que unas cuantas plantas, pocas, habían llegado al jardín botánico de San Petersburgo, en la isla de Rois, así como en Port Bodega, pero sólo unas pocas coníferas sobrevivieron.
En 1.792, cuando la expedición de Vancouver llegó al Pacífico, el botánico-cirujano Archibald Menzies (1754-1842) de la Royal Navy recolectó una colección de especies y mandó unas pocas semillas, incluyendo dos Lupinus.
La importación de plantas no era todavía importante, hubo que esperar a 1.824 cuando la comparativamente nueva London (después Royal) Horticultural Society envió al botánico David Douglas (1799-1834) a Fort Vancouver.



En orden a alcanzar este lugar fue necesario navegar alrededor de Sur América y ésto le costó a Douglas desde julio de 1.824 hasta abril de 1.825 para llegar allí. Douglas quedó impresionado del gran número de pinos diferentes que descubrió: «Podéis pensar- escribió- que yo manufacturo pinus a mi placer». Su nombre es asociado con el abies de Douglas (Pseudotsuga douglasii), aunque introdujo otras muchas coníferas, así como el acer de hojas anchas (Acer macrophylla). Douglas retornó en una segunda expedición, donde entre otras plantas encontró la Picea sitchensis y el pino de Monterrey (Pinus radiata), ambos de gran importancia económica. Hay muchas especies de pinos en cultivo en la actualidad pero antes todos eran silvestres.
No es fácil recolectar piñas de los grandes árboles del bosque. Muchos recolectores han tenido que talar árboles para recolectar sus semillas, sin embargo, Douglas hacía caer las piñas y salvaba los árboles.
En 1.846 la Horticultural Society envió otro recolector, Theodor Hartweg (1812-1871), a California. Entre las plantas que introdujo fue el ciprés, de rápido crecimiento, el ciprés de Monterrey (Cupressus macrocarpa). La Sequoia fue previamente introducida en Rusia desde Fort Ross, pero el mayor envio a Inglaterra de Sequoia sempervirens fue realizado por Hartweg.
Después de la gran importación de coníferas de Douglas, un número de terratenientes escoceces formaron la Oregon Association. En 1.850 enviaron a John Jeffrey a viajar a través de Canadá hacia las Rocosas para buscar árboles útiles, así como ornamentales. En principio tuvo mucho éxito enviando tres interesantes tsugas, algunos pinos, Thuja plicata y Chamaecyparissus nootkatensis. Pero en 1.854, Jeffrey desapareció misteriosamente y nunca más se supo de él. William Lob, que estaba empleado por el vivero de Veitch en Exeter, Inglaterra, llegó a California en 1.849 y algunos de sus envíos se solaparon con los de Jeffrey. Permaneció en California desde 1.854 hasta su muerte en 1.863 y fue capaz de mandar un considerable número de semillas diferentes. La planta por la que es más conocido es el Sequoiadendron giganteum, uno de los árboles más sensacionales entre todos los árboles del jardín.
La otra fuente evidente de introducción de grandes árboles, aparte de Norteamérica, fue el lejano Este, pero existieron muchas dificultades ya que ni los chinos ni los japoneses se entusiasmaron con la presencia de extranjeros. Muchos de los primeros visitantes fueron misioneros o comerciantes. Los japoneses estaban horrorizados por las historias que conocían de las persecuciones religiosas, así como del comportamiento de los europeos, esto dio pie a la revolución en 1.639, donde todos los europeos fueron desterrados.
A la Compañía Holandesa de las Indias Orientales se le permitió comerciar con los japoneses, pero sus oficiales fueron puestos en cuarentena en la isla de Deshima, fuera de Nagasaki y sólo se les permitía ir a tierra para pagar un tributo anual a Tokio. Los chinos fueron menos intolerantes y permitieron a los portugueses establecer un punto comercial en Makao en 1.537 y después la Compañía Británica de las Indias estableció otro en Chusan.




En 1.700 llegó James Cunningham pero fue incapaz de viajar hacia el interior. Los únicos autorizados para hacerlo fueron un grupo de jesuitas que fueron retenidos por el emperador por sus conocimientos científicos. A través de ellos se enviaron semillas de las plantas autóctonas a Francia. El más notable fue el padre jesuita Pierre Noel Le Cheron D’Incarville que llegó a Pekín en 1.742 y permaneció allí hasta su muerte en 1.757. El fue el primero que vio la Actinidie chinensis, el kiwi. Fue sólo en los dos últimos años de su vida cuando fue capaz de viajar para buscar plantas. Naturalmente, muchas de estas semillas fueron enviadas a Francia. Cuando su herbario fue reexaminado en 1.890, muchos paquetes estaban sin abrir y las semillas fueron encontradas. Afortunadamente, también tuvo correspondencia con algunos británicos, incluyendo dos entusiastas jardineros. Fueron Philip Miller (1691-1771), en el Chelsea Physic Garden en Londres y el maestro tapicero Peter Collinson, quién fue el que dio origen a la recolección de Bartrams en América.
De Incarville y de otro jesuíta, Père Heberstein, los jardineros recibieron árboles como el árbol del Cielo (Ailanthus altissima), el jabonero (Koelreuteria paniculata), el árbol de la Vida (Thuya orientalis), la morera de papel (Broussonettia papyrífera), así como la ornamental Sophora japónica ( ahora Styphnolobium japonicum ) y algunos otros árboles y arbustos que no se conocían..
Cuando Incarville murió los envíos cesaron, ya que los jesuitas fueron expulsados y las misiones comerciales fueron aisladas a Macao, excepto para una visita anual a Cantón para la venta del té. A pesar de ello en China los buscadores de plantas conseguían ocasionalmente alguna planta. Ej: Dr. Fothegill, que aparentemente parecía un patrón de barco entre sus pacientes, obtuvo el manzano silvestre de flor, Malus spectabilis, mientras Sir Joseph Banks, que era el director nominal de Kew, envió sus recolectores a muchas regiones tropicales y fue capaz de obtener plantas del ciruelo japonés (Chaenomeles spp.) y de algunas magnolias, la Magnolia denudata, la de Yulan y la oscura Magnolia liliiflora.
En 1.803 Banks envió a William Kerr a colectar plantas para Kew y para él. Al igual que los comerciantes, Kerr fue confinado a Macao y Cantón. Pero existían un número de viveros en Cantón y le sirvieron para introducir algunos árboles, entre los cuales el más conocido hoy es el Juníperus chinensis y también el Pittosporum tobira con flores perfumadas, muy plantado en la zona mediterránea. La magnolia Yulan fue introducida en 1.789 pero en su inicio, fue un sólo árbol. Las magnolias no eran fáciles de propagar, hasta que muchos jardineros no se interesaron por ello, tardaron 20 años en obtener nuevas magnolias.
A los inicios del siglo XIX los capitanes de la Compañía del Este de las Indias para conseguir dinero extra traían plantas desde China. A través de este proceso se introdujo la popular glicina Wisteria chinensis, llegada en la primavera en 1.818.

Al mismo tiempo otras partes del mundo eran visitadas por los colectores. Los ingleses, que ahora dominaban más la India, emplearon a Dane, Nathahiel Wallich, para conocer el Jardín Botánico de Calcuta, además Wallich recolectó en muchas partes de la India y estableció otros recolectores en el Nepal y el Himalaya. Envió semillas a todos los que se interesaban por ellas y así las plantas del Himalaya se expandieron rápidamente. Su más famosa introducción fue el Cedrus deodara, pero también envió muchas otras coníferas. El árbol del rododendron (Rhododendron arboreum), con sus flores rojo sangre, fue el inicio de las hibridaciones de este género, cuyo resultado han sido los diferentes rododendrons que poseemos hoy en nuestros jardines. A Wallich también le debemos el primero de los cotoneaster (Cotoneaster frigidus) y el serbal de hojas grandes y tiernas.
Las plantas del Himalaya continuaban llegando en pequeñas cantidades hasta el siguiente colector, Joseph Hooker, que llegó a esta área en 1.849. Durante los dos años que estuvo, remitió 25 variedades de rododendron, el abedul de Himalaya (Bétula utilis), el alerce de Himalaya (Larix griffithiana), dos serbales y probablemente la Magnolia campbelli.
Cuando Archibald Menzies volvió de la expedición de Vancouver en 1.797 trajo algunas semillas de un pino de Santiago de Chile. Cuando germinaron algunas de las semillas que había traído resultaron ser las de la Araucaria araucana. Por mucho tiempo las cuatro o cinco plantas que germinaron fueron las únicas que existían en Europa y fueron el objetivo de muchos ambiciosos plantadores el poder conseguirlas. Desgraciadamente, viven en una parte de Chile donde los nativos son muy hostiles. En 1.824 sin embargo, James McRae recolectó un cierto número de semillas para la Horticultural Society y éste parece haber sido el gran semillero de estas plantas, que fue debido a Thomas Bridges en 1.839. Había mucha gente recolectando plantas en Chile y Perú, pero no parecían muy interesados en árboles. En 1.830 alguien envió plantas del Nothofagus antártica y N. betuloides, pero no causaron gran impresión. Esto cambió cuando el colector de Veitch William Lobb llegó en 1.840 para dos nuevas expediciones.
A través de otros envíos mandaron muchas Araucaria araucana convirtiéndolo en un árbol común. También mandó el Embothrium coccineum, el árbol chino de las tulipas, y uno de los árboles más espectaculares, el Crinodendron hookeanum, con sus brillantes linternas japonesas y el soberbio pero sensible Eucryphia cordata, así como un gran número de arbustos ornamentales.



En 1.840 los ingleses y los chinos estaban en guerra. Aparentemente la guerra fue por el mercado del opio, pero la razón principal era por el deseo de los comerciantes europeos de explotar el mercado potencial chino. Esto fue un sórdido cuento, pero dió como resultado mayor libertad para los europeos de viajar por China. La London Horticultural Society envió entonces a su recolector el escocés Robert Fortune (1812-1890).
Fortune realizó cuatro viajes a China durante su vida, en sus expediciones envió semillas a viveristas, por lo que las plantas fueron rápidamente reproducidas y comercializadas. En su segunda expedición pasó de contrabando plantas de té y semillas de la India. Muchas de estas semillas eran de arbustos y plantas herbáceas, pero entre ellas había árboles, el alerce amarillo (Pseudolarix), dos robles, el ciprés de cementerio, el Pinus bungeana con un tronco blanco intenso, el árbol de Judas chino (Cercis chinensis), Platycarya strobilacea y el Cephalotaxus fortunei. También debido a Fortune le atribuímos algunos melocotoneros de flor doble y algunas otras especies de Prunus que han perdurado en cultivo. Después de 1.860 fue teóricamente posible para cualquiera viajar por China, pero botánicamente las explotaciones estaban en manos de los misioneros católicos franceses.
Mientras, el Japón fue más accesible para los recolectores europeos y americanos. Antes de 1.860, los únicos europeos en el Japón eran empleados de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. En 1.875, sus cirujanos eran los botánicos Carl Pehr Thunberg, un alumno de Linneo. Como botánico le faltaba experiencia pero como recolector era un gran entusiasta que se organizaba pequeños viajes a tierra firme y fue capaz de adquirir plantas en los viveros locales. Incluyo en su lista un número de acers japoneses, pero no se conoce que ninguno llegara a Europa.
Fue siempre difícil al principio mandar plantas del Este a Europa. Los barcos tenían que rodear el Cabo de Buena Esperanza y las plantas pasaban dos veces a través del trópico, lógicamente lo pasaban mal por el excesivo calor, aparte del riesgo de los daños producidos por las pulverizaciones de sal y el agua de mar, antes de la introducción de las cajas herméticas, que se utilizaron posteriormente. En 1.826 el médico de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales fue Philip Von Siebold (1796-1866), un holandés especializado en cirugía ocular. Tuvo gran demanda entre los japoneses que sufrían el mal de cataratas. Era también un cualificado naturalista que recolectaba animales y plantas. En esta busca de conocimientos obtuvo mapas de muchas islas. Los japoneses decidieron que era un espía y lo encarcelaron durante un año, desterrándolo después. Como recompensa por sus servicios los holandeses le concedieron el monopolio de todas las introducciones de plantas japonesas que eran cultivadas en Leyden. Siebold se las arregló para hacerse amigo de varios naturalistas japoneses que le enviaban semillas y otras fueron enviadas por él como médico de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Siebold volvió a Japón en 1.858 y permaneció hasta 1.861. Es imposible distinguir en principio entre las plantas que recolectó él mismo y las introducidas a través del vivero de Leyden, pero entre las plantas japonesas aparecidas a través de sus auspicios fueron un número de arces, algunos manzanos ornamentales, un número de coníferas, el árbol de hojas anchas (Paulownia), el Cercidiphyllum y el Hammamelis japónica, de floración invernal. Hoy en día el ciruelo japonés es el más popular, pero Siebold parece que sólo introdujo una sola especie de ellos.




En 1.860 el escocés Robert Fortune (1812-1880)) y John Veitch, un hijo del líder de los famosos viveros Veitch, llegaron al Japón. Veitch sólo estuvo desde julio a noviembre. Fortune hizo dos estancias de tres meses en octubre y el abril siguiente. En la línea de los árboles, las introducciones más importantes de Veitch fueron todo coníferas, pero también trajo la magnolia de flores púrpura, Magnolia liliiflora. Otras magnolias no pudieron sobrevivir. Fortune parece ser envió algunos árboles, aparte de un gran número de formas matizadas ya conocidas, mandó así mismo muchos arces, entre los que se encontraba el de hojas matizadas, Acer rufinerve. Al mismo tiempo un americano, Dr. George Hall, enviaba plantas de los Estados Unidos que incluían la Magnolia kobus y la M. stellata. En 1.869 el Canal de Suez facilitó el viaje al lejano Este haciéndolo más rápido, con lo que un considerable aumento del comercio entre los viveristas europeos y japoneses fue una realidad.
La más nórdica de las islas de Hokkaido todavía estaba por explorar cuando llegó el recolector de los viveros Veitch, Charles Maries, llegó en 1.877. Se concentró en coníferas y recolectó una buena colección de semillas sólo para verlas hundidas en un naufragio. Inmediatamente realizó otra colección que llegó con éxito a Inglaterra.
Maries entonces fue a China y Taiwan, donde no tuvo grandes éxitos pero consiguió introducir el más ornamental de los fresnos (Fraxinus mariessi). Retornó al Japón en 1.878 y permaneció hasta 1.880. Entre los árboles introducidos durante esta estancia fueron ocho arces, el castaño japonés (Aesculus turbinata) y el popular arbusto Viburnum plicatum «Mariesii».
La primera sospecha de la enorme riqueza floral descubierta en China viene del trabajo de padre Armand David (1826-1900), misionero franciscano, particularmente de su expedición de Mupin en 1.878-70. Su interés fue principalmente zoológico y comprobó que no tenía tiempo de hacer un herbario representativo. Las plantas que producía (muchas se perdieron en un naufragio) eran el comienzo. El árbol más notable fue el árbol de los pañuelos, conocido en su honor como Davidia. El introdujo también el almendro silvestre (Prunus davidiana), pero fueron otros recolectores posteriores los que facilitaron su descubrimiento para los cultivadores.
El sucesor de David fue el padre jesuíta Delavay (1834-1899), que era un prodigioso trabajador. David fue liberado de sus misiones eclesiásticas por su trabajo científico, los últimos misioneros eran sólo naturalistas en su escaso tiempo libre. Todavía entre 1.881 y 1.888 Delavay envió al museo de París más de 4.000 especies de las cuales 1.500 eran ya conocidas. Después de 1.886 sus esfuerzos fueron reforzados por el Padre Soulié en Tatsienlu, en el borde del Tibet y después en 1.892 por Farges Szechuan. Estos dos misioneros enviaron semillas a los famosos viveros franceses de Vilmorín, lo que produjo que las nuevas plantas de China fueran rápidamente introducidas en el comercio. Al mismo tiempo, la flora china era cada vez más conocida debido a los trabajos del botánico italiano Giussepe Giraldi, padre franciscano. En 1.886 el Dr. Augustine Henry, del servicio de clientes ingleses, empezó a mandar semillas a Kew y donde 5.000 especies fueron recibidas desde 1.886 al 1.900.




En 1.889 Sir Harry Veitch, propietario de una empresa dedicada a la jardinería, envió a un joven llamado Ernest Wilson a China para recolectar semillas del árbol de los pañuelos (Davidia involucrata). Fue aconsejado de no preocuparse de otra cosa, ya que las plantas que valían la pena, en China ya habían sido introducidas. Estas palabras fueron escuchadas frecuentemente durante los progresos de este siglo y siempre fueron tremendamente erróneas. Wilson había tomado las direcciones de Augustine Henry, pero sólo encontró una Davidia y cuando llegó al lugar indicado comprobó que ya la habían cortado. Wilson decidió encontrar la original descubierta por David en Mupin, pero pronto para su satisfacción encontró otras once Davidias y fue capaz de enviar una gran cantidad de semillas al vivero que las había solicitado. Cuando volvió a Inglaterra en 1.901, ninguna había germinado, pero en mayo de 1.902 todas nacieron, enmacetando más de 13.000. Previamente, Forges había enviado 37 semillas a Vilmorin y una había germinado, pero le debemos a Wilson la existencia de este árbol en muchos viveros gracias a aquella recolección del árbol que había clasificado Armand David.
Wilson realizó otras tres expediciones a China, una más para Veitch y dos para el Arboretum de Arnold en Boston. Introdujo no menos de 1.000 nuevas plantas para cultivo, una serie de lirios, parecidos a la popular azucena. La lista de plantas incluía nueve arces, tres bétulas, tres magnolias, Cornus kousa chinensis y ocho serbales, así como unos 65 rododendros.
Wilson fue seguido por los buscadores de plantas Farier y Purdom, Georges Forrest, Frank Kindon-Ward, el americano Joseph Rock y por Ludlow y Scheriff, todos ellos introdujeron plantas desconocidas desde las aparentemente inagotables montañas del Este de Asia. Hay otros muchos que irán cuando las condiciones para los recolectores hayan mejorado y visitarán otra vez estas montañas para continuar con sus investigaciones.