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Valencia.-Jardines de Monforte

Pero hablemos de jardines, del arte de los jardines.

A finales del siglo XIX había decaído mucho el arte de la jardinería en España. Los parques se trazaban siguiendo fórmulas del jardín paisajista inglés con tintes romanticistas.

El jardín es un lazo de unión del hombre civilizado con la naturaleza” (Javier de Winthuysen). Para tratar del jardín hace falta que nos remontemos al siglo XVIII, el siglo de oro de la jardinería.

Los grandes poetas ingleses –Milton, Shaptekbury- y los cultos y refinados artífices de la ilustración, junto con los maestros jardineros ingleses –William Kent y Capability Brow- son los que acabaron con la rigidez formal del jardín de Le Nôtre, arquitecto de jardines de Luis XIV.

Son ellos los que crean el paisajismo, movimiento panteísta que evoca la escena primigenia y natural del Paraíso, en un afán de recoger todas las artes bajo el marco del jardín.

En el jardín paisajista o jardín-paisaje se borran los límites entre el arte y la naturaleza, la jardinería de parques sustituye a la arquitectura que hasta entonces había sido la más integradora de las artes, las imitaciones a la formación de un estilo viene pues de un tema, de un quehacer, que hasta entonces no había adquirido la categoría de arte; el jardín.

Este culto a la naturaleza, que ya se anunciaba en el romanticismo, triunfa en toda Europa y significa una revolución en la normativa estética.

El jardín adquiere la categoría de obra de arte y aspira subordinar las otras artes.

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Javier-de-Winthuysen-y-LosadA

La actitud que tomamos respecto al jardín contribuye en mucho a definir nuestra posición personal con respecto a la filosofía del arte y la historia de la cultura.

Se concibe el jardín con un espíritu distinto, como un acto de reconciliación con la naturaleza en un intento de continuar un diálogo interrumpido, ya no es el vértice sublime, sino la armonía la que conforma el carácter y los mitos de las culturas. Los jardines reflejan el eclecticismo propio de muchas culturas, tan pronto se cultivan elementos del jardín hispano-árabe como del jardín renacentista italiano o el barroco francés.

El jardín se vuelve asimétrico, como en la mejor postura de paisaje del siglo XVII europeo. Todo es más suave y tranquilo, toma un tinte melancólico acusado.

Sin embargo, los árabes han dejado una impronta demasiado honda en el alma hispalense para que puedan borrarla las modas venidas de fuera, el amor a lo recatado, lo último y la escasa afición a las amplias perspectivas sigue dominando el jardín andaluz.

No sirve como arte del jardín aquel que se encarga a un viverista para que reparta, en el solar que hemos comprado, unos cuantos árboles, unas cuantas flores, según los modelos de las revistas más distinguidas.

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Rebajar la jardinería a un simple oficio decorativo o arte menor revela una tendencia grosera de espíritu, una falta de finura en el alma, una de aquellas reminiscencias bárbaras que el genio latino rechaza y que no hemos de permitir que se infiltre en nuestra mentalidad, ni en nuestra sensibilidad.

La actitud que tomamos respecto al jardín contribuye en mucho a definir nuestra posición personal con respecto a la filosofía del arte y la historia de la cultura”.

El jardinero tiene por misión formar el ser del jardín, haciéndolo existir, la naturaleza tiene que ser escogida según formas vegetales, la arquitectura tiene que aparecer como una sustancia viva, primaveral y en flor, el jardín tiene que realizar el ejemplo maestro, inigualable, perfumado, palpitando de las más alta pintura del paisaje”.

El artista jardinero tiene que vivir su obra, en comunión con las exigencias de la vida vegetal. Ha de colaborar con esta sin querer someterla a las inspiraciones preconcebidas del artista, su actividad tiene que unir dos existencias, la vegetal y la humana.

El jardín es vegetal y humano al mismo tiempo.

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Jardines de la Moncloa.-Jardin del barranco

El creador de un jardín maneja humanamente la vida de las plantas, porque el acuerdo humano-vegetal base de nuestro arte tiene que ser obra del hombre.

Las plantas de alguna forma se “humanizan”, se adaptan a nuestros deseos, pero nunca serán las artistas del jardín.

El artista debe ser y es el hombre jardinero elaborando una vida vegetal que tiene que seguir viviendo.

El diálogo con las plantas debe ser natural, la acumulación de detalles artificiosos es contraproducente, un exceso de ornamentos y accesorios sólo tiene por objeto disimular el gran vacío de ideas y emociones que aflige el pretexto del jardín.

Los jardines deben guardar proporción entre espacio y volumen con la armonía de la luz y el color, de acuerdo con la tradición y el clima.

La economía de medios expresivos agudiza la imaginación del creador, muchos jardines de alto precio y de nuevo rico lo son porque alguien ha impedido que fueran tratados como obras de arte. Se ha querido concebir sin concebir, el jardín ha estado elaborado por vías poco nobles, sin mirar el cielo una sola vez, no ha habido ni pizca de intención de crear poéticamente, sometiéndose quizás a la ciencia infusa del contratista de la localidad o al consejo inútil de un libro que, si de buena fé hubiera querido enseñar, hubiera enseñado que sólo plantando realmente jardines uno llega a aprender a hacerlos.

Un artista jardinero, dejado en la libertad de procedimientos normales en la obra de arte, podrá conseguir resultados no sólo superiores estéticamente, sino también favorables económicamente, sobretodo si terceras personas no le reclaman, una vez un detalle visto en una publicación dudosa, otra aquella planta que jamás había pensado plantar.

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Valencia.-Jardines de Monforte

Por otra es lícito no solicitar a un creador de jardines que ejecute un trabajo defectuoso con pretexto de la economía. Todo lo que plantemos, poco o mucho, ha de vivir bellamente. Las plantas han de ser las que el creador reclame, no los saldos de un rincón del vivero.

En signo contrario en la plantación con vegetales muy desarrollados pretendiendo obtener el aspecto de un jardín viejo de forma inmediata. No todo son ventajas en esta precipitación de la obra de la naturaleza, la falta de preparación y adaptación de las plantas al nuevo medio siempre se notará, además quien planta con vegetales demasiado grandes se priva del placer de verlos crecer, placer que es otorgado a quien planta con vegetales jóvenes a punto de empezar a crecer.

Ayudar al jardín a vivir y a producirse como obra de arte a lo largo del tiempo se denomina conservarlo. La conservación es la palabra que espanta frecuentemente al poseedor de nuestra obra, porque anuncia gastos.

Debemos conservar dignamente el jardín, conservarlo respetando las características formales que puso el autor, teniendo en cuenta no alterar la plantación, ni la decoración. Será pecado añadir esculturas u otros motivos en desacuerdo con la herencia del artista, así como plantas a capricho, árboles y vegetales que no estaban en el jardín primitivo.

Sin creer por eso que la conservación del jardín tiene por objeto momificarlo, ya que se trata de una obra de arte viva y no muerta, una obra sujeta a evolución y cambios naturales…y no hubiera sido un verdadero artista jardinero quien no lo hubiera previsto. Dar forma a lo que expreso y a mucho más que no consigo escribir y hacerlo con la sinceridad y humildad, entre la inteligencia y la emoción, este es, aproximadamente el arte del jardinero.

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Javier de Withuisen.-Finca de los Güell en Avila

Sevilla contó con buenos jardineros, formados al amparo de los Boutelou, Lecolant, Forestier, etc… artistas jardineros que solían trabajar en España, jardineros que fueron formándose poco a poco, creciendo en su arte como el árbol noble, lenta y tranquilamente. Un contingente notable trabajó en las obras de la Exposición Ibero-americana, después muchos desaparecieron y otros desertaron de una profesión que era encarnecida y agónica. Durante años el jardín no fue considerado… quedaron los heroicos, los excepcionales… es decir, muy pocos.

En la actualidad es necesario, fundamental diría yo, la formación de nuevos jardineros para continuar con el prestigio que tuvo Sevilla. Se deben tomar rápidas disposiciones para provocar un retorno de los jóvenes hacia el arte de los jardines.

Una pasión creadora de nuevos espacios verdes crece en la mente de nuestros políticos, que se madura y se pule, dando como resultado una idea, y ahora lo más difícil: llevarla al papel y al espacio. Esto es imposible si no existe un dominio absoluto del conocimiento de las plantas, los volúmenes, los colores, la luz, el clima, la historia, en fin saber hacer un jardín”. Marquesa de Casa Valdés.

Sevilla marzo 1998