
Un aspecto fundamental en el verde urbano es el arbolado viario.
Los árboles viarios son los elementos vegetales que más sufren los inconvenientes de la vida urbana. Deben soportar la polución producida por el medio y las constantes agresiones ocasionadas por los vehículos.
Obligados a vivir en volúmenes reducidos de tierra de baja calidad, sin nutrientes, sin agua y entre canalizaciones que afectan realmente sus raíces.
Los tendidos eléctricos, telefónicos, el paso de autobuses y la proximidad de las edificaciones.
Son muchos los aspectos negativos al que se añaden la complicada accesibilidad a la hora de realizar podas, tratamientos y plantaciones.
Todos estos factores de signo negativo se pueden evitar con una correcta política de gestión, consistente en una correcta elección de las especies de acuerdo con la climatología, el espacio disponible y las tradiciones jardineras. Hay que evitar errores en la elección de especies.
En la mayoría de los casos, fruto de una errónea política de plantación, los problemas que plantea el arbolado son irresolubles.
Hoy el verde urbano es una necesidad social sustentada por criterios científicos que demuestran que más allá de la belleza y la serenidad que una zona verde introduce al paisaje, los efectos medioambientales de la naturaleza en la ciudad son constatables y mesurables.
Una ciudad sin un atisbo de verde tendría efectos psicológicos importantes, las condiciones atmosféricas serían durísimas.
La masa vegetal aporta oxígeno y reduce las concentraciones de CO2, que es absorbido en el proceso de la fotosíntesis.
Como efectos indirectos, la reducción de las temperaturas extremas (frío y calor), la reducción de la fuerza del viento, la absorción de partículas contaminantes, la amortiguación del ruido, así como un control en la erosión del suelo.
Los árboles de alineación en sus calles incrementan la biodiversidad, aumentando su valor ecológico y cultural.
Un entorno con una tasa de biodiversidad alta es más rico y más equilibrado.
Contribuye a la fijación de especies animales, muchos beneficiosos para el entorno, porque cumplen funciones ecológicas, control de plagas, polinizaciones, etc…
Los vegetales realizan una función básica para la vida humana, como es la aportación de oxígeno a la atmósfera y la absorción de dióxido de carbono (CO2), es decir un proceso inverso al que realiza el hombre con la respiración.
La estructura artificial de la ciudad distorsiona las condiciones naturales, creando microclimas extremos que, aún no siendo perjudiciales, suelen ser incómodos para la vida humana.
El aumento de calor ambiental al absorber y multiplicar las radiaciones solares, generan “islas de calor” y una mayor sequedad en la atmósfera. Observado en una calle con o sin vegetación.
El efecto refrescante de la sombra en verano y la entrada de rayos de sol en invierno.
Colaboran en evitar las agresiones de la contaminación acústica atemperando los efectos del ruido.
Hacen efecto de barrera contra la acción del viento.
Su incidencia estética tiene un efecto positivo sobre la calidad de vida de las ciudades.
Ofrecen una influencia sedante sobre el ciudadano y contribuyen al equilibrio psicológico de las personas.
Los ciudadanos tienden a valorar, en términos más positivos, las zonas verdes urbanas dotadas de vegetación.
Reacciones negativas. Aunque la opinión pública es mayormente favorable, existen también reacciones aisladas negativas contrarias a las plantas y los árboles. Se las culpabiliza de efectos enojosos que no siempre provocan, la mayoría de las veces por una falta de información. Las campañas de divulgación y la educación ambiental contribuyen en buena medida a erradicar estas actitudes. Las alergias, los aparcamientos y la presencia de ratas u otros insectos.
Las especies autóctonas como punto de partida
Uno de los interrogantes que más fascinan a los ecólogos y estudiantes de la sociología vegetal es: porque ciertas plantas crecen en un lugar determinado, suponen que pueden crecer en cualquier parte del mundo.
La realidad es muy diferente y lo más cierto es que cada planta crece en estado natural en lugares muy definidos de la superficie del planeta.
Durante muchos años, técnicos jardineros, horticultura ornamental y hasta la fitogenética, ha favorecido la aparición de paisajes desnaturalizados que mezclan plantas de orígenes dispares, a veces con necesidades edafológicas, hídricas y climáticas distintas que, aparte de dificultar el desarrollo armónico, encarece los gastos de conservación y contradice las recomendaciones más inteligentes del buen uso de los recursos, ya sean naturales como el agua o simplemente económicos.
Cierto que en muchas ocasiones las características climatológicas nos permiten la utilización de plantas de orígenes distintos a las especies autóctonas y que muchas de ellas se han naturalizado en una nueva situación, habiendo transcurrido centenares de años. En todo caso, la recomendación es clara: usar la vegetación indígena como punto de partida, pero no caigamos en extremos de xenofobia botánica, ya que podemos encontrar muchas plantas de otros orígenes que, con climas similares y perfectamente adaptadas que podemos utilizar.