
Por Bazin J.F. y Pascal M.C. en el IV Congreso europeo IFPRA
La noción de “ciudad verde” aparece en Francia a principios de los años 70. Entonces se desarrollaba un movimiento de reacción contra el urbanismo de dos decenios precedentes. Ecología y medio ambiente estaban considerados como ideas modernas.
¿Dónde estamos hoy en día? ¿se va a volver a un urbanismo menos sensible a las amabilidades, más preocupado de edificar, de equipar, de instalar? o al contrario, ¿se integrará siempre la dimensión cualitativa en el urbanismo del futuro?
Esta comunicación se esfuerza en hacer hincapié sobre la evolución actual de los espíritus y de sus comportamientos a partir, por supuesto, del ejemplo de Dijon. Esta muestra cómo diferentes puntos de vista se complementan y, a veces, se oponen: el usuario bajo sus diferentes caras, el político municipal, el urbanista, el técnico, el ingeniero, el responsable de parques y jardines, los representantes de las asociaciones.
¿La “ciudad verde” está todavía de actualidad?
Si, sin duda, pero todavía hace falta comprender sobre lo que ella debe y puede ser, sobre los objetivos a definir y sobre los medios a poner en marcha para conseguirla. Espacios libres y naturaleza, destinados al ocio y a la expansión, pero también un elemento educativo para guardar el vínculo que une el hombre y la naturaleza a través de los niños. La “ciudad verde” de mañana será la que conserva el conocimiento humano de los medios naturales, de la vida animal y vegetal, de la ecología práctica y cotidiana. Hace falta pues, sin embargo, reinventar en parte los espacios verdes y alargar considerablemente su vocación.
La noción de “ciudad verde” es ya antigua y muchos ejemplos ilustran Europa, generalmente en Alemania de los años 1930. Se trata no solamente de abrir generosamente la ciudad sobre la naturaleza, con parques, plazas y aún de jardines familiares, sino de someter la urbanización a las exigencias del espacio, de ablandar permitiendo a las avenidas, las calles y a los paseos de devenir plantadas y encespadas, a las residencias de beneficiarse de los jardines privados.
La Francia de esta época no manifiesta un gran entusiasmo por esta concepción del urbanismo, restando frecuentemente mezquina y poco preocupada de la naturaleza de la ciudad. Las películas de esta época evocan frecuentemente la atmósfera urbana pintoresca pero encerrada entre la estación, el canal, el hotel del Norte, los viejos edificios sin aire y sin luz. Si se quiere mostrar la naturaleza ha de ser fuera de la ciudad, para remar, hacer picnic. La ciudad son las calles estrechas entre inmuebles muy juntos unos de otros. Es su encanto, su poesía. Es gris o azul según el corazón de las gentes, raramente verde.
Esta situación dura hasta el final de los años 1960. Entonces se desarrolla un movimiento de reacción contra el urbanismo y la construcción urbana de los decenios precedentes, fuertemente marcada por el hormigón.
Este se inspira a la vez del fenómeno ecológico (nociones de medio ambiente, de calidad de vida) y del combate político dirigido contra aquellos que “masacran nuestras ciudades” (las autopistas urbanas, etc…). La idea del espacio verde hace su camino y la mayor parte descubre que la acción municipal tradicional, consagrada a los parques y jardines, debe evolucionar hacia una nueva concepción de la naturaleza en plena ciudad. No se trata de una decoración, de un medio de satisfacer la conciencia de un “buen alcalde”, sino de una visión muy diferente del urbanismo.
Es por ello que, por ejemplo, Robert Pousade, alcalde de Dijon, después de 1971 primer ministro de medio ambiente y de la protección de la naturaleza (1971-1974) toma el hábito de confiar al mismo adjunto la doble delegación de urbanismo y la de parques y jardines, marcando así su intención de hacer una sola y misma política urbana, concretamente los resultados son pronto positivos, desde que el urbanismo, sector habitualmente potente en el seno de un ayuntamiento, favorece una política activa de espacios verdes por una gestión efectiva del suelo.

Como en todo, existen corrientes y modas.
Veinte años después de este creciente movimiento a favor de la “ciudad verde”, ¿la voluntad es todavía tan firme? ¿Nos dirigimos a un urbanismo menos sensible a la afabilidad, más preocupado de construir, de equipar, de instalar, que de promover ampliamente la calidad de vida? O al contrario, ¿se integrará siempre de antemano la dimensión cualitativa en el urbanismo del futuro?
Este debate no es fortuito. En efecto, se siente bien que, aunque la ecología política reporta actualmente éxito en los periodos electorales, una tendencia se afirma para establecer una primacía de lo cuantitativo. Después de haber jugado la imagen de lo cualitativo, las grandes ciudades se preocupan sobretodo hoy del desarrollo económico, del empleo y de los grandes equipamientos. Los equipos municipales elegidos en 1977 sobre temas ecológicos y participativos han sido batidos en 1983, lo que ha conducido a modificar sensiblemente su discurso y sus actos. Todas las ciudades con ambición de ser activas, influyentes, presentes en la competición europea, tecnológicas y unidas a los principales ejes de comunicación. ¿Qué es de la idea de la “ciudad verde”? ¿está pasada de moda o está viva todavía? ¿El punto de vista del usuario y del político municipal converge o están en contradicción? ¿La “ciudad verde” brevemente, tiene aún futuro?
Lo mismo que uno habla de fenómenos “neo-rurales” en relación del movimiento de reflujo de las ciudades hacia el mundo rural, suscitando un nuevo comportamiento cara a cara del espacio rural a partir de una concepción y una gestión urbana, parece posible evocar en lo sucesivo los “neo-urbanos”.
El éxodo rural, particularmente sensible de 1950 a 1960 es producido, salvo en el último periodo que ve nacer “grandes urbanizaciones” en las grandes ciudades aún muy abiertas al campo más próximo. Muchos de los nuevos ciudadanos poseían un trozo de campo, de huerto, de jardín, generalmente en la periferia inmediata a la ciudad y estos conservan un contacto dominical con la naturaleza. Esta situación ha evolucionado. La urbanización ha conquistado poco a poco estos espacios que permanecían libres y el vínculo entre la célula familiar y la naturaleza se ha roto.
Por contra, nosotros somos la segunda, frecuentemente tercera o cuarta generación después del éxodo rural y la aparición de la sociedad urbana.
El conocimiento innato de la naturaleza se atenúa de generación en generación para dejar sitio a una ignorancia total de los fenómenos naturales y los más elementales.
El niño que crece hoy en una ciudad no sabe cómo crecen las plantas, las legumbres, las flores. Ignora el nombre de los árboles; cuando él mira el cielo no puede indicar ninguna estrella. No ha visto jamás ordeñar una vaca o poner un huevo. No conoce el gusto del yogourt doméstico. Nadie a su alrededor le enseña esto, ni la familia, ni la escuela. Los abuelos pasan sus vacaciones en la Costa Brava, el camping, los club-mediterráneos, los viajes, otras formas de ocio y otros horizontes.
Desde entonces, y por primera vez después de milenios, el vínculo entre el niño y la naturaleza se ha roto. Esencialmente para la generación de los años 1960, 1970 y 1980. Aunque se hable poco, se trata de un fenómeno mucho más importante y grave que el del éxodo rural. Se produce normalmente con efecto retardado, dos o tres generaciones después de la ruptura inicial de la relación entre el hombre y la tierra. Al filo de los años, los recuerdos se esfuman, las prácticas se borran para dar nacimiento a un ser que, por primera vez desde el principio de la humanidad, es incapaz de distinguir un haya de un carpe, no lee ninguna estrella en el cielo, ve los productos de la agricultura bajo una mirada agro-alimentaria, no conoce ni el repicado ni el injerto. Este ser vive de repente en las dificultades de una economía de guerra, de subsistencia que le privan de las reacciones de supervivencia más simples.
Creo profundamente que la “ciudad verde” debe en la actualidad favorecer la inteligencia de la naturaleza, en primer lugar para los niños y las nuevas generaciones que uno debe “injertar” sobre la vida.

Esta visión “ecológica” de los espacios verdes me parece más importante y útil hoy que todo acercamiento a los parques y jardines.
Concretamente, se trata de desarrollar, como nos esforzamos de hacerlo en Dijon, una pedagogía de la naturaleza fundada en los espacios verdes.
Donde los jardines educativos sobre el principio: una escuela (primaria), jardines, a lo largo del año, los niños de una clase disponen de un jardín donde hacer crecer legumbres, recogiendo los frutos. Esta iniciativa parece como la más positiva. Todavía hace falta que la Educación Nacional se interese (profesores y profesoras capaces de acompañar y guiar a sus alumnos, este no es siempre el caso) y poner un servicio educativo vinculado al servicio de los espacios verdes. Aún hace falta madurar esta experiencia en el tiempo: uno se apasiona el primer año, esta menos motivado el segundo y al tercero, todo resulta yermo… Esta pedagogía necesita muchos esfuerzos: es un catecismo de perseverancia, la “ciudad verde” debe establecer, cuando todavía se está a tiempo, el vínculo con la naturaleza.
El acceso de todos a la naturaleza: un derecho social
El acceso de todos a la naturaleza no hace parte de un derecho reconocido. Es por lo menos, uno de los derechos que parecen elementales y “naturales”. Si el automóvil equipa hoy la mayor parte de los hogares, un número elevado de personas no tiene los medios necesarios para abandonar la ciudad. Personas ancianas, familias de inmigrantes, niños que se encuentran cautivos del medio urbano. El espacio verde juega entonces el papel de un equipamiento social, favoreciendo el acceso de todos a la naturaleza y respondiendo a lo que parece como un derecho.
Que se trate de jardines próximos, de parques urbanos o periurbanos, atendidos por los transportes en común, estos equipamientos son necesarios con el fin de permitir el paseo, la expansión y el juego en un marco agradable y calmado.
La “ciudad verde” del futuro, debe aún más que ahora, abrir esta ventana a la naturaleza. La evasión del “weekend” o del domingo está relacionada, en efecto, a las condiciones económicas de la utilización del vehículo. Antes del automóvil, a principios de siglo, los parques y jardines estaban llenos de gente los domingos al mediodía. Hace falta imaginarse una crisis de carburantes o de un costo muy elevado para ver afluir de nuevo el público en los espacios verdes. Hace falta pues preparar la ciudad para afrontar esta situación y equipar en el presente para las necesidades del futuro que la historia hace previsibles.
Se añade otro aspecto social, difícil de comprender, pero que se desarrolla inmediatamente después y a medida que aparece esta forma de marginalidad que uno denomina “nueva pobreza”. El espacio verde es ocupado a lo largo del día por personas sin trabajo ni ocupación en el que buscan refugio. A la “poesía” del vagabundo durmiendo sobre un banco, su litro de vino en la mano, se sucede la cohabitación compleja de estos marginados y de los usuarios más tradicionales del espacio verde (madres de familia, jóvenes, personas de edad, etc…). El espacio verde será en la “ciudad verde” del futuro, y cada vez más, el refugio de los excluidos. No existen respuestas prácticas a esta situación frecuentemente conflictiva.
La diversificación de los espacios verdes (paseos, corredores verdes, parques periurbanos, etc…) la presencia de animales, las instalaciones de juegos, el agua, precisan un nuevo acercamiento a la reglamentación y a la jardinería. Al igual que si los progresos se cumplen, los jardines son frecuentemente concebidos según un espíritu viejo, poco adaptado a la evolución de los comportamientos y las mentalidades actuales. Así, la prohibición de pisar los céspedes o de tenderse en ellos está mal vista por los jóvenes –salvo en casos muy excepcionales- no responde a ningún fundamento serio. Se trata simplemente de una idea recibida: no se debe andar sobre la hierba. El jardín está hecho para el ojo y no para el cuerpo. Su belleza se pondera más que su uso. Estoy seguro que se podría transformar la prohibición en un libre acceso sin degradar el conjunto de los céspedes de Dijon.
Al igual la reglamentación hecha esencialmente de prohibiciones puede evolucionar hacia una formulación más positiva, marcando los derechos y las obligaciones del usuario, su responsabilidad hacia la naturaleza y a los otros usuarios.
Es el conflicto habitual de los perros por ejemplo, implicando la educación de sus dueños
En cuanto a la jardinería, deberá evolucionar también. La idea de vigilancia pasiva o sanción represiva no responde a las exigencias de un lugar que reúna funciones múltiples, uniendo a poblaciones y edades muy diferentes. Permanecemos con esquemas antiguos, cuando el espacio verde ha cambiado. Este debe estar bajo la confianza y responsabilidad de los usuarios, lo esencial es promover este sentimiento de responsabilidad. En los parques y jardines más amplios, más que tener recursos de una vigilancia tradicional con rondas de guardas, una abertura sobre el conocimiento de la naturaleza, las especies, los pájaros, etc… asegurando el respeto del lugar y de los usuarios tendrá probablemente una eficacia más grande.
Por contra, en los parques periurbanos personal a caballo tipo “ranger” americano creará sin duda un sentimiento más vivo de seguridad y asistencia en caso de necesidad. En Estados Unidos el “ranger” no es sólo un guardia, sino un especialista de la protección de la naturaleza, capaz de guiar e informar, respetado en función de su uniforme y en razón de su competencia.
En nuestra sociedad, donde el civismo debe frecuentemente ser reinventado, la “ciudad verde” del futuro puede dar nacimiento a una escuela de libertad. Aún debe considerarse el espacio verde como un lugar de vida y no sólo como un lugar a vigilar.

La problemática animal: El espacio vital
Independiente de los problemas causados por los animales domésticos en los espacios verdes, ver el caballo (equitación), el deseo de animar los parques ha conducido en estos últimos años a multiplicar los cercados de animales. Esta evolución rompe con la vieja habitud que, en despecho de los esfuerzos de rejuvenecimiento, no respondiendo a ninguna de las concepciones ecológicas de hoy, aparecen sobre todo como las supervivencias sujetas a un pasado caducado. La casa de las fieras no tiene sitio en la ciudad. En revancha, el recurso animal familiar, viviendo sin dificultad ni penuria sobre un espacio suficiente es cada vez con más frecuencia solicitado.
Una encuesta elaborada por la ciudad de Dijon en 1981 mostró entonces que, sobre 43 ciudades interrogadas, 25 poseían animales, 5 se interesaban sobre todo por las aves y 13 no tenían ni unas ni otras. Estos animales eran la mayor parte habituales, si excluimos las llamas, los monos, las cebras, los canguros, los osos, los cocodrilos, por aquí y por allí, sin citar una pitón real en Lille.
Se trata de un buen terreno de entendimiento para la cooperación intercomunitaria, principalmente en lo que concierne al equilibrio del ganado y los intercambios de los animales. Se observa también que el aspecto pedagógico de estas iniciativas es generalmente explotado de forma insuficiente. Muchas ciudades han creado “granjas” reconstituyendo el marco animal familiar de la antigua campiña francesa. Aunque de forma artificial, este acercamiento a la vida natural y rural parece devenir una necesidad, en la medida donde una pedagogía adaptada acompaña estos esfuerzos. En todo caso es posible de crear a partir de una fauna muy simple un universo muy atractivo en los espacios verdes: cabras, poneys, gamos, ciervos, corderos, ovejas, gallos, gallinas, conejos, muflones, pavos reales, etc…
La “ciudad verde” del futuro deberá igualmente introducir las ardillas, diezmadas a principios de los años 1940, ya que numerosos espacios verdes públicos y privados de numerosos países europeos y americanos lo hacen el animal más familiar del mundo…

Ciudades para el hombre: un nuevo urbanismo
Muy frecuentemente, el espacio verde no es más que una decoración. Responsable de la construcción urbana o de la reconquista de la ciudad, el urbanismo debe redescubrir la “ciudad jardín”, cuestionada en los tratados y las antologías, raramente en la práctica.
Implica una concepción muy diferente del urbanismo. Ella en general, parte de barrios de casas, de equipamientos “pesados” y de vías de circulación, después afecta a los espacios verdes y abandonados.
A la inversa, si el paisaje y la calidad de vida acompañan la reflexión del urbanismo, cuñas verdes pueden agradablemente crear lazos peatonales o ciclables entre los barrios, los senderos cotidianos, los parques lineales. Otras ideas son capaces de cambiar a la vez la ciudad y la vida.
Dijon tiene la suerte de poseer un lago artificial, después del año 1964. No fue nacido de un estudio urbanístico, ni de un análisis sociológico, ni de un sondaje de la opinión. Fue el fruto de la voluntad de un terco canónigo devenido diputado del ayuntamiento de Dijon.
Si él supo imponer su voluntad sin tener necesidad de apoyarse sobre 10 kilos de estudios e informes, pero solamente con el sentido común, se mostró imaginativo. Cuando quise relanzar la política de los jardines familiares, hace una docena de años, se me ha contestado: no hay terrenos. Yo he pedido la lista de reservas de terrenos de la ciudad de Dijon. Lo formaban innumerables terrenos de eriales, adquiridos para operaciones urbanísticas no programadas en el tiempo, quizás sin objeto alguno. Hagamos de estos terrenos jardines familiares, no lo piense, no podremos desalojarlos. Tuvimos una convención con una asociación seria y si uno tiene necesidad de un terreno, entonces retiraremos los jardineros pero las cabañas serán barrios de chabolas. Hicimos un concurso y mejoramos las cabañas de los jardines. Habíamos llegado, habíamos creado cerca de 300 nuevos jardines familiares en diez años. Ninguna dificultad ni financiera ni estética se ha presentado. Estos terrenos no constituyen más una carga de mantenimiento para la ciudad, son útiles y son reservas patrimoniales. Hizo falta simplemente empujar un poco el conformismo de los hábitos administrativos y poner el problema en función de otras prioridades.
No tomar los mitos por realidades
No debemos tomar los mitos por las realidades. El urbanismo está en primera línea de estas buenas intenciones intelectuales que son en realidad un infierno.
Con peligro de chocar, yo creo que Courbousier, espíritu eminente y arquitecto remarcable, ha anunciado un gran número de necedades cuando ha pretendido establecer las leyes de la ciudad ideal. Estas tonterías han legitimado el urbanismo demencial de los años 1950 y 1960 y encerrado en un cinturón de cemento centenas de millares de familias. No olvidemos en efecto que Le Courbousier (hacia una arquitectura notable, 1923) justificar la liberalización del suelo para la construcción a gran altura, sin imaginar que estas torres y estas barras se unirían cientos de apartamentos que serán para ellos mismos un infierno contradictorio.
En materia de espacios verdes he oído formular muchas ideas falsas.
Los jardines familiares por ejemplo. El Ministerio de París envía una joven perentoria, revestida de diplomas, sabiéndolo todo. En evidencia, ella no ha tocado jamás una bestia en su vida y será incapaz de nacer crecer un rábano. Pero ella decide cómo, sociológicamente debían vivir los jardineros familiares. Alto al individualismo. Tendréis una subvención del estado si suprimís todas las cabañas, para crear una casa colectiva. Cada jardinero tendrá derecho a una taquilla… Le he dicho a esta joven que yo prefería pasar de sus subvenciones, para ofrecer a cada jardinero lo que le convenía. Cuando alguien ha pasado la semana en la fábrica, no está dispuesto a reencontrarla el domingo. Que haya algunas instalaciones comunes está bien. Que el jardín sea un campo de experimentación de sociólogos, no.
He conocido un conjunto de jardines familiares reformados por esta joven del ministerio. Diez años más tarde, han vuelto a ser lo que jamás debieron dejar de haber sido.
Otro ejemplo, sacado de los centros de ciudad. Hace unos veinte años, la gran idea intelectual de los urbanistas estaba en derribar los muros de los paseos y jardines del fondo de las parcelas en el medio urbano para crear “espacios de vida” y “lugares de encuentro”, paseos y jardines colectivos. Ha sido olvidar que el hombre ansía vivir solo y en paz en su casa y que este sentimiento corresponde a una aspiración profunda.

Del Plan Verde a las amenidades urbanas
El VII Plan había puesto en marcha el procedimiento de los Planes Verdes de aglomeración, de contratos verdes. Parece que después del entusiasmo del Estado, aunque un poco caído, existen ganas de desecharlo. Cierto, una política de espacios verdes es de esencia municipal, pero el esfuerzo conjunto del Estado y las colectividades locales, el estímulo aportado a las acciones coherentes de aglomeración ¿no serán más necesarias?
Los japoneses tienen una fórmula para evocar el futuro de las ciudades: las amenidades urbanas. Es decir, todo aquello que contribuye a hacer la ciudad más armoniosa, más risueña, más confortable, más amena. Habiendo participado en varios coloquios franco-japoneses sobre las amenidades urbanas, me di cuenta que las ciudades francesas, a pesar de sus imperfecciones, eran susceptibles de ofrecer un modelo eficaz a numerosos países extranjeros en la búsqueda de una dimensión humana. Sin duda, no se trata sólo de los espacios verdes, sino también de las calles peatonales, de la reconquista del micro-espacio urbano, muros pintados, arte en la calle, etc…
Pero el tratamiento de los espacios verdes constituye uno de los puntos de apoyo de esta nueva visión que llena el porvenir de la ciudad del futuro.
Contrariamente a una idea recibida, yo no pienso que el usuario pueda tener un punto de vista determinante en materia de construcciones urbanas, de espacios verdes. Él tiene raramente el espíritu de síntesis, tiene poca imaginación prospectiva. Por el contrario, su papel esencial desde que él ha decidido vivir en un espacio, y si este trámite no es más que pedagógico, es útil de asociar a la concepción de los espacios nuevos en el espíritu del barrio.
El político municipal está investido de grandes responsabilidades, es él el que tiene que querer y aún más imaginar.
Entre uno y otro, los cuadros y el personal trabajan para las colectividades locales compartiendo esta responsabilidad y sugiriendo y preparando decisiones, realizando proyectos, asegurando el mantenimiento y la vida de estos espacios, entreteniendo y renovando el viejo patrimonio.
La “ciudad verde” tiene un futuro, seguro. Pero uno no cesará nunca de reinventarla.