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Paris Paulownia tomentosa en plena floracion.-Avenue Canot

Por Guerin J.C Director de Parques y Jardines y Espacios Verdes Ayuntamiento de París

Los parisinos, desde siempre, han vivido en estrecho contacto con sus árboles, así como los del campo de los alrededores más próximos cuando los recintos fortificados sucesivos de la antigüedad y de la edad media no dejaban mucho espacio a la naturaleza.

Los primeros árboles públicos “intramuros” han sido plantados a principios del siglo XVII, los del Jardín del Rey, hoy Jardín de Plantas, seguidos en el siglo siguiente por las plantaciones de las Tullerías, del Palacio Real, de Luxemburgo…

Cien años más tarde, Napoleón III realiza las importantes plantaciones de alineación que el mundo aún envidia de París, hace el regalo no solamente de los grandes parques hausmanianos y de numerosas plazas construídas en la misma época, sino que él le añade los dos bosques llamados de Bologne y de Vicennes, donde los árboles no se cuentan por unidades, sino por hectáreas de bosque.

En el mismo tiempo, el paisaje se transforma bajo la presión de una población cada vez más numerosa, hoy estabilizada a un nivel elevado, donde la mitad no sale los fines de semana, ni conoce los bosques periurbanos de la Ile de France. La decoración urbana actual, con el tejido construido muy denso, se encuentra también plantado.

Esta historia y esta evolución explican sin duda el efecto sorprendente que consagran los parisinos a sus árboles. Ellos no ven los que están en los jardines, ignorando así las praderas, las flores, los arbustos, los árboles pequeños, así mismo pues los quieren “omnipresentes” y grandes, a escala de la ciudad.

Teniendo en cuenta los pocos espacios frecuentemente disponibles para su desarrollo, un primer tema de conflicto latente surgen con los usuarios, que olvidan frecuentemente que el árbol no es un simple mobiliario urbano inmóvil o desplazable a voluntad.

Los árboles son “seres vivos” que crecen, se ahogan frecuentemente con la falta de espacio, padecen enfermedades y la polución, envejecen en fin. Cuando la senectud aparece, no es posible mantenerlos indefinidamente en su lugar sin peligro, ni dejarlos morir de pié, como lo desean muchos de los ciudadanos.

Se deben cultivar los árboles con la misma dignidad que cuidamos a los niños: más que ellos sino no crecen solos, contrariamente a una idea aún profundamente arraigada en nuestro subconsciente colectivo, que hace falta extirpar que el amor de los usuarios se parece a la de los padres, frecuentemente ciegos.

Pero, ya que es necesario “tratar” los árboles, dejemos de un lado los sentimientos, para ver cómo nos introducimos.

Ellos viven y se desarrollan por el suelo y el aire, dos elementos siempre limitados en las ciudades, donde una concurrencia que necesita podarlos y serrarlos cada vez más cuando su crecimiento es mayor y más rápido. Seleccionarlos también, ya que todos no pueden sobrevivir y no sólo hay que tener en cuenta los árboles, sino el conjunto del jardín.

Mientras, predominantes por su desarrollo, ellos acaparan toda la luz y una gran parte del suelo, que también tienen necesidades los otros, arbustos, céspedes, flores, los hombres igualmente, con los equipamientos que le son necesarios pues ¿cómo concebir un jardín público sin frecuentación?.

La concurrencia entre las varias especies vivientes, conforme a las leyes de la naturaleza, juegan plenamente en un jardín: porque entonces no dejamos exprimirla dirán algunos.

Pero lo más fuerte en un jardín, son los árboles, si el hombre no se implica, y en medio de los árboles aquellos que su desarrollo es natural y más rápido. El resultado entonces no se hace esperar, se puede constatar en muchos jardines del siglo pasado que no han sido todavía renovados: los grandes árboles, eliminan progresivamente los arbustos, flores, céspedes y juegos infantiles, y los hombres en definitiva renuncian a frecuentar las frondas muy sombreadas, sobre un suelo desnudo.

Como se hace después de siglos, hace falta que el hombre intervenga para limitar la naturaleza, el árbol en este caso.

Arbres de Judée (Cercis siliquastrum) dans la rue Pages, Suresnes (Hauts-de-Seine), 9 mai 2013, photo Alain Delavie
Paris.-Arbol de Judéa (Cercis siliquastrum) en la rue Pages, Suresnes (Hauts-de-Seine),

Mientras, otros factor contraria aún más este intervencionismo, pues el gestor no debe estar sólo a resentir la necesidad y a soportar la responsabilidad. El árbol, elemento fuerte del espacio verde urbano, nos apoyamos con razones objetivas, es igualmente que con el agua, no es principal sino el sólo elemento estructurante vivo, lo no-vivo se expresa por los movimientos de tierras, las circulaciones, los equipamientos, las construcciones… Es él quien facilita las referencias de escala al entorno construido, el que desencadena en los arquitectos, los urbanistas y los políticos que deciden la reflexión intelectual clásica de darle un lugar importante y pensado, donde de quererlo, inmutable en el tiempo y el espacio porque es el único elemento vivo que se integra válidamente a su concepción volumétrica del espacio.

Su punto de vista reúne también el de los usuarios en una conjunción temible para el gestor que deberá exponer sin cesar las razones de su elección, convencer, juntar el arte de hacer saber con el saber-hacer, misión exaltante, pero no exenta de peligro.

Cara a cara con éste árbol “invasor” en los jardines pero también en el espíritu de lo público, quien lo quiere siempre más, hace falta limitar bien cual es su desarrollo, se deben aplicar los mismos métodos cual sea la naturaleza y el tamaño de los espacios verdes.

Es lo que vamos a examinar ahora, bien entendido que ensayando cada vez tener muy en cuenta las reacciones conocidas o supuestas del público.

Una “observación previa” se impone mientras: no es indiferente limitar los árboles sea en número, sea en volumen.

–              En el primer caso se trata de cortar puramente y simplemente los árboles excedentes, que molestan: es un trabajo clásico del técnico gestor, que necesita solamente cosas eventuales que pueden ser de carácter técnico o estético, lugar de emplazamiento, la especie… Pero el público rehúsa escuchar las razones de esta tala, aunque se les haya hecho saber, con más razón si el árbol no está enfermo. Frecuentemente es el gestor al que acude el que tiene que decidir, llamado a cortar, duro perjuicio, a pesar del riesgo de revenir a la solución fácil de no saber cortar un árbol que no esté previamente muerto en pié, más si éste ha contribuido en el pasado a hacer preocupante el estado actual de los jardines parisinos.

–              En el segundo caso se trata de disminuir árboles con demasiada estrechez o perjudiciales sin disminuir su número. Técnicamente la poda, sobretodo si ella es radical y el árbol adulto, no es siempre posible y algunas especies no lo soportan. Esto representa siempre un traumatismo, una puerta abierta a enfermedades, una vía de debilitamiento y de la reducción de la vida del árbol. Por ello es por lo que el gestor la repugna y prefiere guardar el árbol a su porte natural y no utilizar de forma ilimitada a sabiendas.

Por el lado público y los usuarios, la situación es más matizada. Renunciará a hablar de “masacres de motosierras” pero al mismo tiempo exigirá la plantación de grandes árboles donde ellos no tienen sitio para desarrollarse naturalmente y no desearán solicitar la tala radical de este u otro árbol que tapa la vista, la luz o simplemente una sepultura.

Para resumir, en el primer caso para operaciones indispensables, el gestor se encuentra expuesto a una sospecha generalizada, en el segundo caso para operaciones discutibles, deberá tener en cuenta opiniones totalmente divergentes. Afortunadamente, si él dispone de fe, o más seguro de discernimiento y de razón, para continuar plantando árboles. De todas maneras y, a pesar de esta contradicción, los jardines deberán ser mantenidos y conservados en buen estado, y para hacerlo, es indispensable plantar, pero también cortar árboles, como de renovar los macizos de arbustos y de flores, los céspedes…

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Paris.-Plantacion de platanos injertadas sus ramas

1º- Los bosques o grandes parques intra o periurbanos

Los ejemplos están en París, los Bosques de Boulogne (846 has.) y el de Vicennes (995 has.) pero este tipo de espacios verdes es enormemente difundido en numerosas grandes ciudades del mundo que disponen de más espacio que París.

Su acceso, en general, es libre de día y de noche para todos los usuarios, lo que conduce a tratarlos de forma extensiva: están constituidos de zonas naturales forestales generalmente alejadas de los perímetros de frecuentación, éstos últimos constituidos de praderas más o menos arboladas, entrecortadas por estanques de agua. Para hacer olvidar el bosque etimológicamente y ancestralmente “fuera”, siempre inquietante, las circulaciones y la animación (juegos, deportes, espectáculos, restaurantes…) revisten una gran importancia.

La gestión del conjunto de las zonas más o menos emboscadas, que representan cerca de un 50% de la superficie total, ha sido objeto para cada uno de los dos bosques de un plan establecido en 1988 y aprobado por la “Comisión de Paisaje” cuando se inició en 1889. Más que por todo, el árbol se encuentra omnipresente, pero según los modos de tratamiento bien distintos.

En las zonas forestales (35 a 40% de la superficie total del bosque) el árbol no representa más que un elemento en medio de los otros, de una población donde sólo importa el futuro: es plantado pequeño a una fuerte densidad (1.500 a 2.000 has) sometido a una concurrencia muy acentuada donde las especies se mezclan, seleccionadas después con los clareos sucesivos que se dirigen a no dejar en pié, después de 50 años, 100 a 200 adultos; 90% de ellos han desaparecido contribuyendo a la mejor formación de los que quedan.

Las praderas arborizadas y los linderos (10 a 15% de la superficie total) que comporta numerosos claros muy frecuentados, son mucho más paisajistas, con una mezcla de especies forestales, frecuentemente agrupadas en bosquetes que recuerdan la naturaleza del bosque y espacios hortícolas más plantadas que aquellas. Cuando las renovaciones, el conjunto de las plantaciones se hace con árboles ya desarrollados, raramente más de 100 por Ha.

Uno no busca aquí como en los parques más pequeños o los jardines, un efecto de “masa” inmediata: las podas y talas son limitadas por razones sanitarias, ya que el asentamiento del suelo inducido por la intensa frecuentación de los usuarios impide frecuentemente que los árboles lleguen a muy viejos.

Conocemos bien el punto de vista de los usuarios concerniente a estos bosques a partir de tres encuestas realizadas sucesivamente en el Bois de Boulogne durante el verano de 1986, el invierno y la primavera de 1987: 93% de entre ellos estimaban satisfactorio el bosque y por medio de un 59% que formulaban sugestiones o iniciativas, sólo un 5% deseaban un bosque más natural donde el 2% solicitaban más plantaciones de árboles, el resto reclamaban menos instalaciones, más flores, pájaros, senderos pedestres, puntos de agua… casi un consenso total.

2º- Los parques urbanos y los grandes parques polivalente

Su tamaño más reducido (1 a 10 has.), cerrados frecuentemente por la noche, su inscripción en un tejido urbano denso, con necesidad de que dispongan el máximo de equipamientos polivalentes, pone ya el “problema de escala” entre este tipo de espacios verdes y el árbol de “gran desarrollo” (plátano o castaño por citar dos ejemplos bien conocidos por todos).

Según como se considere el árbol, en el momento de la creación o de la renovación del jardín, hay un máximo de 3 a 4 m. de altura y una cima de 3 ó 4 m2, cuando ellos tengan 50 años en su desarrollo adulto, con 12 ó 15 m. de altura y una cima cubriendo el suelo de 150 m2, si el porte de la especie es podado las reacciones a su encuentro aparecen muy diferentes.

En el primer caso, la tendencia general es de considerarlo demasiado pequeño en un jardín suficientemente relleno: puesto que hace falta aceptar su ritmo de crecimiento, frecuentemente se reclama plantar otros que llenen el espacio.

En el segundo caso, sobretodo si ésta última petición ha sido satisfecha: es fácil constatar que todo marcha, sólo hace falta 50 árboles por Ha. Para impedir subsistir en el suelo arbustos, praderas, flores y también los equipamientos excesivamente sombreados.

Cada uno puede glosar este desastre, proponer cosas para remediar esta “impericia”. Pero si se ha prescindido al principio, como lo hacen mucho los urbanistas, de esta proyección en el tiempo, son muy simples las cosas que hay que hacer: o hacer desaparecer la mitad al menos de los árboles, pero será tarde para que los supervivientes reencuentren un porte equilibrado y natural, o cortar ferozmente todos los existentes para conseguir un efecto que durará a penas algunos años, y repito, comprometerá irremediablemente su futuro, lo que es una solución para poder repartir rápidamente a cero.

Cual ha sido la elección, será necesario enseguida rehacer el conjunto del jardín, cuando ha sido fácil de velar sin dejar hacer sobre su buena evolución: a nivel de las especies, conviene seleccionar su desarrollo y su porte. La utilización de árboles piramidales permite frecuentemente crear un paisaje variado y agradable y, al mismo tiempo, un vínculo más fácil con el entorno construido: hace falta enseguida, proyectándose hacia el futuro, imaginando y reproduciendo sobre magneta el volumen del árbol adulto, no plantar muy junto, o si uno está verdaderamente violento, aclarar enseguida y progresivamente la cubierta excesiva para evitar que las talas demasiado importantes no atenten intempestivamente al público que valdrá más sea informado previamente.

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Paris.-Jardin de Catherine Laboiure.-Pergolas

3º- Los pequeños jardines de barrio o urbanización

Cuando no se dispone más de 500 a 2.000 m2, generalmente enclavados entre edificios, uno debe guardarse de actuar, al igual que en los parques citados, y saber al mismo tiempo que cuando más pequeño es el espacio, más los ciudadanos prefieren grandes árboles como pantalla lejos de sus ventanas, al mismo tiempo que juegos al sol para los niños, bancos para las personas de edad… todo lo contrario.

Está claro por tanto que, en delicadas superficies ya parcialmente sombreadas, los grandes árboles no son aconsejables. Hace falta concebir de otra forma, ya que si todos los equipamientos no son posibles, será una pena prever uso alguno y de crear sólo para los ojos un jardín decorativo.

La concepción, la organización de que pequeño jardín, precisa pues cosas difíciles: es parque, además de su paleta de pequeños árboles y vegetales diversos, y su saber hacer técnicamente, el conceptor y el gestor tendrán interés en consultar al ciudadano los usuarios potenciales, los políticos locales, las asociaciones, para agruparlas enseguida alrededor de una mesa o la iniciativa de los políticos y de presentar varios estudios de lo que podrán ser según los diversos deseos que ellos han expresado, es el espacio verde.

Qué concluir pues al término de este inventario y de esta búsqueda, ¿los más grandes espacios verdes o los más pequeños?

No hace falta olvidar que son los usuarios que deben obrar como concebidores y gestores, a fin de hacer bellos jardines, que responden al mismo tiempo al máximo de sus deseos y por qué no, de sus fantasmas.

No se puede pues tener queja de su afecto por los árboles, algunas veces intempestivo, se puede ayudar a su defensa no más que de su ignorancia de la multitud de factores decisorios esbozados anteriormente, que guían los “especialistas” en su gestión del “patrimonio” arborícola. Es a los especialistas a quien corresponde instruir y saber así merecer su confianza.

Y si uno ensaya mientras analiza las encuestas recientes ya evocadas, y notablemente la última de 1988, hay que constatar que esta confianza existe y bien: cuando el calendario cualitativo de conservación interrogaba explícitamente sobre la “preponderancia de los árboles” este tema no es absolutamente retocado en el análisis de las respuestas, por tanto la puesta en marcha reciente de los dos primeros planos de renovación aprobados por la “Comisión del Paisaje”, el de la avenida Foch y del Parque de Montsouris, ha hecho caer numerosos árboles y prevé todavía otras eliminaciones con ciertas replantaciones.

Bajo pena de fallar en su misión, el gestor no debe aceptar que mañana, como ayer, por temor fundado de los usuarios, un jardín se transforme progresivamente en un bosque.

Las realizaciones recientes (1985 a 1985) del Parque George Brassens muestran que un espacio verde, para ser apreciado como tal, debe ser atendido desde joven, debe ser plantado densamente para que no sea posteriormente necesario y deseable un aclarado.

No hay más que pasearse, cinco años después, para constatar desde este momento, sobretodo en la parte sur, la más plantada, que todas las grandes perspectivas se encuentran más o menos tapadas, las cincas de los árboles prácticamente en contacto, las praderas pronto amenazadas; es indispensable esclarecer una primera vez en los primeros cinco años, seleccionando será muy fácil, los árboles más bellos, de cortar también para esclarecer las vías de circulación.

Si analizamos mientras todas las otras respuestas de la encuesta, particularmente las que conciernen a la apertura de las praderas, ya en curso, que se ve grandemente controvertida, está claro que los usuarios parisinos recusan el modelo de espacio verde extensivo de tipo “anglosajón”, con vastas praderas más o menos plantadas de árboles enteramente libres para el público, agua y circulaciones rústicas. A partir de una imagen de fantasía natural, de verdura y de campo, de calma y de expansión, ellos quieren también jardines cultivados, con flores, que plazcan a los ojos al mismo tiempo estructurados para responder a sus necesidades de seguridad, sede de numerosos equipamientos relativamente sofisticados, en una palabra jardines de calidad.

Es esto lo que mañana debemos darles, con bellos árboles pero también otros elementos y en la más larga concertación.

IV Congreso europeo IFPRA ,.-EL ARBOL Y EL PAISAJE URBANO.-Febrero 1996